Para Esther mi siempre amiga y mi imposible
Míticas nostalgias
Un cuento, triste se llegó de un hecho mágico; que puede ser real o formar parte de la imaginación. Hundido en el recordar una aventura, un juego más de los momentos que no se pueden olvidar, donde las palabras de cariño y de afecto se prenden de la pared, negándose a dejarse ver por extraños. Estando sumidos por la nostalgia por el hecho de escuchar y sentir los besos y las caricias envueltos en los recuerdos.
Más de un momento anterior, más que la sensación de la lástima que me hacen sentir, es un buen pensamiento sumergirse en placeres vanos llenos de frivolidad arqueada, consumidos por pequeñas acciones, grandes detalles que preferimos atesorar a dejarlos ir por el soplo del viento, que lava las penas y las memorias acumuladas durante años y épocas.
Servimos a un momento rojo lleno de pasión de amor, desequilibrando la razón con la ficción y las regaderas de alegría que nos contagia.
Aquella noche Esther se descubrió hacia su espíritu libre de remordimiento y afectada solo por el deseo que le inspiraba sentirse deseada por todos alrededor del laberinto de hipocresías; unos cuantos más habían disfrutado de su compañía y sabor. Ricardo y Mauricio se contaban entre los afortunados de ver a Esther fuera de la institución, Karla por su parte, se ruborizaba con la idea de enfrentarse a la sociedad fuera de un entorno controlado de las instalaciones. Pero esa noche, entre luces de los faroles chinos y las antorchas que iluminaban los senderos del jardín, ella veía la posibilidad de acomodarse plácidamente dentro del anonimato y pasar sin ser vista.
Entre por los arcos cubiertos de enredaderas y musgo, enmarcados por luciérnagas y marcando un camino de pequeñas piedras que a cada lado dejaba un pequeño farol que indicaba hacia donde dirigir la mirada, pasaba por una serie de bifurcaciones donde cada cuanto había una serie de mesitas y sillas decoradas con musgo y enredaderas que hacían juego con el cantar nocturno, fuera de la iluminación que prestaban los faroles y las antorchas acomodadas en círculos en las zonas de las mesas, lo único que acompañaba a la luna eran los destellos intermitentes de las hadas de fuego; una situación romántica en cualquier otro momento y perfecta para el cortejo vespertino.
El evento había comenzado cerca de las siete de la tarde y parecía que se prolongaría toda la noche, no existía música para amenizar, ni grandes galas o cuartetos de cuerdas o viento. Todo era paz y quietud en aquél lugar ensoñado para la ocasión, los trajes de gala y los hermosos vestidos de las anfitrionas dejaban en claro que siempre habían estado preparadas para la ocasión.
Al final sobre una base de bronce y a la sombra de un silencioso abedul, se encontraba una pequeña barra de bocadillos y bebidas, hacia el sur una zona reservada para los pensamientos con papel y tinta; hacia el norte una fila de distinguidos personajes montaban guardia esperando la señal de algo divino para que les permitiera intercalarse de lugar o de posición. Las alabardas guardaban el escudo de armas de la familia y daban un toque señorial al recinto, permitiendo dar una majestuosidad robada a un apellido venido a menos.
Dirigí mis pasos hacia la barra de bocadillos y ordené un trago para hacer más leve mi estado de ánimo y quizá convivir y compartir con los demás asistentes, vinculándome y mezclándome en la delicia del mismo anonimato que mi superiora y relajándome para pasar la velada en la mejor de las condiciones sociales. Al tomar el vaso, giré la mirada hacia la concurrencia y contemplé la exquisitez de los tocados y adornos que se portaban para la ocasión; todos los trajes y vestidos de carácter sobrio, formal y de un aire señorial, le daban al ambiente una sensación tan parecida a un baile de máscaras que no puede evitar esbozar una pequeña sonrisa al verme envuelto en toda esta atmósfera.
Al subir un poco la mirada distinguí hacia el fondo del jardín una pareja en un abrazo endulzado por la media luz que los cubría, se terminaron fundiendo en un beso que me despertó celos en ese momento, pero logré sosegarme y ver más allá de la pareja para distinguir a mi anfitriona, tranquila y serena siempre, tan hermosa y guapa como cuando aquél día de mayo nos conocimos, recuerdo que fingió no verme, pero su sonrisa la delató y pude ver el brillo en sus ojos, la dilatación de las pupilas reflejan un brillo ya que la luz tiene un mayor campo de reflexión, lo que si es seguro es que esto es lo que había logrado la a tención de Esther; y también ahora que lo recuerdo es lo que siempre le molestó de mí, la necesidad de analizarlo todo y explicarlo ¿para qué? decía ella, -las cosas hay que disfrutarlas, vívelas y siéntelas, es lo mejor que puedes hacer- y creo que nunca lo entendí mejor que hoy, la luz y la falta de un ambiente artificial que lo endulzara todo me permitía redactar poemas y sonetos que después podría conjugar al momento para cortejar.
Decidido y habiendo tomado el contenido de mi vaso me dirigía a ella par a leerle algunas de mis improvisaciones al momento, me engalardonaba que pudiera darme este lujo después del momento anterior y sumido en valentía caminé hacia sus brazos, su cabello y sus labios, una acción imposible de evitar debido al sentimiento; la historia que nos había tocado compartir nos unía y siempre nos uniría.
Sobre la majestuosidad de su figura se desprendían unos velos del color de la noche, que se antojaba confundirse con el velo de la propia penumbra, la media luz la adornaba; de entre todos los asistentes ella era la única que brillaba con luz propia. Las luciérnagas se dejaban seducir para acomodarse como sus aretes, su diadema, se enmarcaban para lucir como joyas, efímeras como su sonrisa, la noche no solía hacerle justicia ni hoy, y pensándolo bien nunca lo hizo. Había momentos en los que esto eran las pequeñas señales de su luz interior, una magia que provenía de ella resultaba en un encantamiento que caía sobre aquéllos que la miraban, sus ojos eran el conducto por el cual todos los seres humanos se dejaban embelezar.
Incluso ahora, no podía verse más hermosa de lo que siempre se había visto, congelada en la edad y petrificada como una estatua de mármol que hacía honor a alguna figura mítica. La diosa, la musa, la inspiración, todo el mundo era ella y podía confundírsele por varios instantes y perder la percepción del mundo, verse sumergido en los ojos de esa divinidad era una práctica común cuando uno se encontraba en su presencia.
Logré postrarme frente a ella y un gélido sentimiento me recorrió la espalda, como el dedo de un ánima que recorría las cercanías, una sonrisa me llenó el rostro la luz de su presencia me iluminó una vez más y me participó de aquella alegría que siempre era común en ella –hola ¿cómo estás?, sabes, siempre me gustó mirarte desde la seguridad de la distancia, tienes algo que me encanta y lo hace con todo el mundo- mis palabras parecieron arrebatarle la sonrisa que se resistía a brindarme en su momento; claro que siendo la anfitriona podía darse el lujo de hacerlo, sonreí y volvía a mi lugar, ella no miró como tantas otras veces pero su sonrisa figurada sobre su tez me era mucho más que una recompensa.
Los asistentes poco a poco fueron tomando el valor para acercarse a ella, presentarle sus respetos, sus halagos y su fascinación ante su presencia, movidos por la fascinación ante su presencia, movidos por la admiración que siempre que se suscitaba, eran presentes durante su aparición, un poco más de sorpresa, alegría y pasión se suscitó durante la noche, los bocadillos, la bebida, los abrazos y besos se fueron consumiendo durante la velada y la luz acompañada del ambiente de secresía sirvieron de escenario para todas estas actividades.
Un hermoso espectáculo acompasado con la danza de cuerpos en la oscuridad y el anonimato se suscitó hasta que el alba besó mi frente para despertarme de mi ensoñación, una vez más mi oportunidad de la pernocta al lado de la mujer que siempre soñé se desvanecía con la llegada de mi enemigo más íntimo, mi relato se pospondría para la eternidad y la historia que nunca se sucedió por mi falta de valor, ahora me mostraba que nunca sería.
Esther fue levantada por sus guardias y su féretro caminó entre nosotros mientras los presentes, eternos guardianes de su secreto la contemplábamos salir al paso de la eternidad.
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